La irreversibilidad de la pérdida de un ser querido que partió a otro plano de existencia representa un enorme desafío para los que tendremos que aprender a vivir con solo el recuerdo de los que amamos y ya no están.
El rechazo a la verdad de que ya no está el ser amado, el coraje que ocasiona el aceptarlo, la depresión que causa el saber que la pérdida es real e inevitable, el temor a la soledad y al dolor, el aturdimiento y hasta el pánico y la rabia, son algunas posibles expresiones por las que pasa el doliente.
Sin lugar a dudas la vida no es y no será igual. Luego de la pérdida nuestro mundo cambia y es necesario aprender a vivir de nuevo y eso toma tiempo y paciencia con uno mismo.
Este proceso de adaptación a la pérdida es uno lento y natural donde nos recuperamos poco a poco, paso a paso y es necesario que durante el mismo podamos llorar y expresar lo que se siente. Probablemente preferiremos estar solos y con deseos de llorar, pero queriendo hablar y necesitando un abrazo. Física, mental y espiritualmente nos sentimos afectados y aturdidos ante la pérdida. Poco a poco se va dando un proceso de resiliencia mediante el cual nos vamos recuperando y sobreponiéndonos a la pérdida hasta que culminamos el proceso de duelo y salimos transformados de manera positiva, aceptando el desafío de vivir.
Un proceso de reinversión de nuestro tiempo y de la energía emocional que compartíamos con el ser querido irá tomando forma y aprenderemos a decir adiós a los que cumplieron con su rol y estadía aun cuando su recuerdo nunca muera.
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El autor es un profesional certificado en Tanatología.