Las lecciones de los maestros peludos

06 March 2017 Author :   Yaisha Vargas-Pérez

Cuando una mascota se enferma de cuidado, hay personas que se preguntan si es mejor ponerla a dormir para evitar su sufrimiento y los gastos veterinarios. En ocasiones, esta puede ser la vía más compasiva. Otros hemos optado por estar atentos a las señales de la mascota y hemos atravesado una jornada que, aunque difícil, nos ha abierto el corazón como muy pocos eventos pueden hacerlo.

 

Cuando mi hijo felino Romeo estuvo enfermo, la pregunta de ponerlo a dormir surgió en mi mente durante la etapa más avanzada de su condición, pero no antes, pues todas las señales que expresaba me indicaban que quería vivir. Con los cuidados adecuados, el personal excepcional de la clínica veterinaria y mi intención de ayudarlo hasta el final, estaba segura de que podíamos salir adelante.

Pero tras una crisis en el hospital de emergencias veterinarias, con una prognosis desalentadora, me cuestioné por primera vez si era mejor dejarlo ir. A través de mi práctica de meditación, pregunté en mi interior qué debía hacer. La respuesta fue que estuviera atenta a las señales de Romeo, porque se trataba de su vida, no la mía, y debía respetar cualquiera que fuera su deseo. Mi labor como su mamá humana era estar ahí para lo que necesitara, fuera una cosa o la otra. Los gatos tienen diferentes formas de comunicar sus sentimientos a sus compañeros humanos, y Romeo siempre me dio señales de que quería vivir.

Durante su enfermedad, desarrollé mucha resiliencia, la capacidad de adaptarme a las circunstancias cambiantes en torno a su condición. Era como cuidar a un niño o un anciano enfermo. Hice un itinerario de los cinco medicamentos y terapias respiratorias que él necesitaba tomar a diario. Aprendí a limpiar vómitos y diarreas con amor y sin pesar. Estaba atenta a sus citas médicas, y dormí en el suelo a su lado una noche que pensé que no sobreviviría. Al cuidar a Romeo con tantos detalles, sin preocuparme por el tiempo que me tomaba o los recursos económicos, cumplía la promesa que le hice el día en que lo adopté con siete semanas de nacido y una libra de peso: que lo cuidaría hasta el último día de su vida. No fui una mamá perfecta y muchas veces, por ignorancia, perdí la paciencia con él, pero este episodio me hizo crecer.

Durante los tres días de su hospitalización, fue retante y agotador esperar en las afueras de la sala de emergencias. Como no era permitido dormir en la sala de espera, la primera noche dormí dentro de mi guagua en el estacionamiento y vi salir el sol. Quería estar presente, cualquiera que fuera el desenlace. Romeo superó el momento de peligro y fui a mi casa a descansar unas horas. Entonces soñé que mi gatito vivía dentro de mi pecho, y respiraba si yo respiraba. Durante este sueño, reviví mi “periodo de gestación” de 10 años antes, cuando, en la espera de que me lo trajeran a casa, compré su platito, cajita de arena, juguetes y escogí su nombre. Pero en aquel sueño, el periodo de espera se sintió al revés. Parecía un adiós; como si parte de él ya no estuviera en este mundo y otra parte de él comenzara a latir en mí. Me preguntaba si yo estaba sintiendo el comienzo de su transición para dejar el cuerpo.

Después de que salió del hospital, asistí a un retiro en silencio que ya tenía programado, y durante el cual sané un importante episodio de mi niñez relacionado con mi mamá fallecida. Sanar ese obstáculo me permitió ver cómo podía darle a mi hijo felino más amor, comprensión y paciencia. Cuando regresé, quise volcar todo este cariño y sanación en Romeo, pues sabía que mi gatichurri había cargado parte del dolor de mi corazón, precisamente la parte de su cuerpo que se había enfermado. Por eso había hecho todo lo posible por salvarlo. Durante mi ausencia, el personal que lo cuidó con esmero y atención en la clínica me indicó que su personalidad se había suavizado y que estaba estable y bien después de tantos sustos. Me sentía tranquila de que podíamos continuar con más paciencia y paz. Pero cuando llevé a Romeo a mi casa, le di sus medicinas y estuve unas horas con él, mi niño felino partió. Tal parece que me había esperado para irse.

Durante los próximos días, sentí su espíritu expandirse. Era una hermosa energía de amor que me acompañaba a todas partes. Entendí que todo el amor y empatía que había buscado en mi jornada espiritual me habían acompañado en la forma de un noble minino. Gracias a que esperé por sus señales, Romeo pudo terminar su labor en mi vida: convertirme en una mamá que ya no transmitiera heridas emocionales. Muchas veces respondió a mi impaciencia con amor, con invitaciones a reconciliarnos y a jugar. En el plano físico, solamente una mascota es capaz amar incondicionalmente. Romeo me enseñó a esforzarme para ser la persona amorosa que él veía en mí.

Han pasado meses y todavía pago la deuda por sus servicios de salud, y cada pago es un recordatorio para mí del amor que compartimos. Amar a Romeo ha sido una de las experiencias más importantes que he vivido y que más ha abierto mi corazón. Sigue siendo parte de mi vida y aprendizaje, y lo atesoraré siempre.

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Yaisha Vargas Pérez es columnista de temas de meditación y autosanación. Como periodista de "hard news" fue premiada por la ASPPRO, el Overseas Press Club y la Fundación Laura Rivera Meléndez. Desde 2010, publica la columna “90 días” en el periódico “El Nuevo Día”. También es creadora de www.mindfulwritings.com

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